lunes, julio 05, 2010

Política religiosa: cuestión de santidad

Valga este momento como medio de confesión: hoy no he asistido a misa, pero me he tomado el tiempo para reflexionar sobre el hecho de la asistencia y la espiritualidad de muchos de los que van a la iglesia a buscar el perdón de Dios. Valga, también, este momento para asegurar que he aprendido más de la madre del alcalde sobre la religión moderna que lo que he aprendido en las lecturas bíblicas que hace el sacerdote de mi parroquia. He llegado al punto de pensar a la madre del alcalde como una de las pioneras en la proliferación de sacerdotisas en las nuevas vertientes del catolicismo del siglo XXI.

Confieso, de igual manera, que soy de los que me siento en la parte trasera de la iglesia, pero con un propósito claro: el tener una vista perfecta de lo que ocurre delante de mi, pues lo que ocurre a mis espaldas es más o menos igual a lo que estoy viviendo en mi vida propia. Es desde este punto visual que he aprendido de la doña a la que hago tanta referencia, pues es digno de observar como ella vira su cabeza, cual quiera podría pensar en aquella niña diabólica de la película del exorcista, pero no, esta señora es una santa católica y apostólica, y su única intención es pasar la lista de aquellos que entran y salen del santo lugar. Claro, ella esta sentada en frente, lugar perteneciente a los santos como ella, que velan por la pulcritud del momento solemne de la misa.

Pero, el hecho importante, y del cual yo he aprendido la lección, no es donde se sienta esta mujercita, el adjetivo diminuto no es discriminatorio por su posturas sociales, sino más bien, por su estatura baja en comparación con las otras santas patronas que la acompañan a misa cada domingo y, sabe Dios, cuantos días más. Ni es el hecho importante su habilidad de girar su cabeza casi a 360 grados. El hecho importante de todo este proceso es el comentario que hace luego que vuelve su cabeza al estado original con el cual nació.

En un principio me sentí pecador. Muchas han sido las veces que sentado dentro de la iglesia, y en pleno proceso místico, me he ligado a alguien que ha pasado por mi lado. Concientemente o inconcientemente, eso no tiene importancia. Cuando me percataba del hecho me sentía miserable y comenzaba a pedir perdón, por mi y por los demás. Tanto así, que a mitad de misa me arrodillaba y terminaba el acto místico en la misma posición a pesar de mi dolor de espalda.

Otras tantas veces me tome a mi mismo recorriendo la costura de los pantalones de quien se sentaba en frente de mi. Todo con el objetivo de encontrar un hilo mal puesto. En muchas ocasiones rogaba que no se escapara de allí ningún mal endemoniado que me hiciera destornudar. Otras tantas, el volumen anatómico del trasero era mayor a lo que tenía en casa que me era imposible no mirarlo y compararlo. “Pecador” – me dije en muchas ocasiones, pero ya puedo respirar de ese pecado inexistente. ¡Gracias a la madre del alcalde!

La señora, luego de regresar su cabeza a su origen: miraba a su compañera y criticaba a aquel que había entrado. En esos cortos segundos de contorcionismo ella tenía la destreza de haber observado zapatos, ropa, maquillaje, peinado y demás cosas de la persona que había llegado. Seguido hacia un comentario, ¿malintencionado?, a su compañera y en medio minuto hacia su análisis de gusto modista sobre lo que había visto. Pasaba de ser santa religiosa a gurú de la moda. No la critico, pues he aprendido la verdadera razón de por qué las señoras se sientan al frente en la iglesia: primero, mantienen al día su mecanismo espinal central en perfectas condiciones con ejercicios de movimiento de izquierda a derecha; segundo, nadie tiene la oportunidad de criticarlas a ellas ya que están a salvo de la mirada de todos (menos del sacerdote); y tercero, sus ruego de perdón son escuchados primeros que los míos ya que la distancia entre ellas y la imagen de Cristo es menor a la mía. Ellas si que se las saben todas, y yo que pensé en un momento dado que lo hacia por dar el ejemplo de lo que debe ser un verdadero príncipe de la iglesia. Claro, no todas las señoras que se sientan en frente tienen el mismo trabajo. Algunas sí van a escuchar la palabra de Dios mientras que ellas hacen su trabajo humano: velar por la moda. Me pregunto: ¿las primeras le harán un resumen a las segundas y las segundas le harán un perfil de usuarios a las primeras? Cada quien hace el trabajo que les corresponde en una sociedad que trabaja bajo formulas de equipo.

En referencia a mi culpabilidad he llegado a una serie de conclusiones que me gustaría compartir. Primero, no soy tan culpable como siempre he pensado. Segundo, ya encontré mi misión dentro de la iglesia a la que visito, soy del grupo al que pertenece la madre del alcalde. Tercero, cuando vaya a misa el próximo domingo ya se donde sentarme, en frente al lado de la primera dama de mi pueblo. Ahora bien, me pregunto: ¿Cuántos más estarán sentado en misa en el lugar equivocado? Hay que reflexionar a tiempo y tomar el lugar que nos corresponde sin tener tantos remordimientos, pues al fin de todo es Dios quien tiene un propósito en nuestras vidas y el sabrá cuando nos tiene que perdonar.

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