lunes, enero 16, 2006

El entierro de Peluca (cuento)

Nos mudamos a esta isla hace unos quince años, vivimos en uno de esos complejos de vivientas flotantes. Pues, la costa norte y sur han visto un crecimiento desenfrenado de complejos de viviendas en los últimos diez años. Para comienzo de la segunda década del milenio los gobiernos municipales dieron luz verde a las grandes empresas norteamericanas para la construcción de edificios flotantes en las costas del país. Se han costruido novecientos complejos vecinales con edificios que alcanzan hasta los veinte pisos de altura. Todos estos edificios están interconectados con grandes puentes colgantes para el fácil acceso a los mismos. Las grandes empresas han tomado la iniciativa de pintar de azul los mismos para hacerlos parte de la vista costera. Ya la isla ha dejado de medir 100 X 35 para convertirse en un cuadrado perfecto de 100 X 100. Cabe mencionar que se dice que de Venezuela a Playa Jauca es un paso y que con grandes zancos no te mojas ni los pies, en referencia a la corta distancia que existe entre la isla y el país vecino. Nuestra odisea comenzó con la muerte de Peluca, un perro sato que habíamos adoptado a nuestra llegada a la isla y que ha vivido con nosotros en el apartamento. Ningún miembro de la familia ha bajado del apartamento en los últimos doce años ya que hacemos todo por internet y los niños reciben educación a distancia. Las compras necesarias se realizan por computadora y entregadas al hogar. Papí trabaja desde la comodidad de su habitación por lo que ha ganado unas cuantas libras en sobrepeso en los últimos años. Todos en la familia han perdido su característico color moreno, por una tez de tono limoso debido al exceso en tiempo en el aire acondicionado.

La Chichi, la menor de los Vadell, con la muerte de la mascota, se negó a que fuera cremado como se ha vuelto costumbre en la isla debido a la escases de cementerios. Le pidió a papí que el animal fuese enterrado bajo tierra y no hubo manera alguna de hacerla cambiar de idea. Así que, se introdujo al animal en una bolsa negra de plástico y la familia salió en búsqueda de un lugar en donde enterrar al pobre perro. Costumbre pensada un poco arcaica en estos días de tanta tecnología. Así que papí tomó el mapa de la isla (1998) para dirigirse al cementerio municipal, pero para su sorpresa estaba en su lugar un Mall lleno de autos y miles de gentes comprando. Gastandose lo que no tienen, pero que sí pueden gastarselo gracias a un plástico con valor monetario. Poniendo en riesgo así la económia familiar y, en ocasiones, poniendose en ley de quiebra absoluta con el único pretesto de salvaguardar los pocos centavos que les queda para una muerte digna. En la isla es costumbre poner en los obituarios el nombre del muerto con la alta suma de dinero que les deja a sus familias para aparentar un estatus social que quizas ninguno de ellos posea. Es curioso ver como personas que tienen ropas gastadas por el tiempo y apenas dinero para comer en el momento de la muerte de un familiar públican obituarios con cantidadas cuantiosas de dinero heredado.

No tuvimos otro remedio que dirigirnos a la casa alcaldía municipal para orientarnos sobre qué hacer con nuestra carga mortuoria. Allí nos atendió un olograma de una recepcionista que nos dijo en menos de una fracción de minuto todos los Departamentos Gubernamentales habidos en el edificio. “Les comunico con la operadora, un momento por favor”. Treita minutos más tarde salió una mujer regordeta, todo lo contrario al olograma de la mujer delgada y cortez que nos ofreció la “orientación” inicial. La regordeta preguntó: “¿Qué desean?” Papí fue directo a la historia y la mujer solo dijo: “¿De qué color son ustedes?” Ofendido papí le dejó saber a la mujer su indignación por aquella pregunta innecesaria. “No se ofenda señor, le pregunto para saber a cuál cementerio enviarlo. Si pertenece al partido azul deberá ir a la costa norte, si pertenece al partido verde deberá ir a la costa oeste y si pertenece al partido rojo deberá ir a la costa este de la isla”. Papí, desesperado le preguntó a la regordeta que a qué color pertenecia élla. “Al partido amarillo, señor”. “Yo también”. “Pues entonces deberá cremar su difunto, señor, debido a la escases de cementerios los amarillos nos hemos quedado sin terrenos donde enterrar nuestro muertos y es por ello que los cremamos. Algo más en que los pueda ayudar. ¿No?, gracias por su visita y vuelva pronto”. La señora salió del lugar sin dar vuelta atrás.

En la isla la descortecia y el descaro gubernamental se han hecho evidente en los últimos años. Las elecciones, debido a cambios constitucionales, se efectúan cada diez años y existen unos doce partidos inscritos en cada comicios. Es más ventajoso económicamente ser político en la isla que convertirse en servidor público. El fanatismo ha llegado a tales niveles que es preciso andar con un carnet que te identifique con el partido al que perteneces, de esta manera el servicio se hace más eficaz y los procesos de burocracia se acortan por el solo hecho de tener un voto seguro en los próximos comicios. Esta realidad ha cambiado poco en los útimos treinta años.

Así que seguimos nuestro camino con el animal muerto a nuestras costillas. Montados nuevamente en el auto nos encaminamos de regreso al hogar. Una idea se le ocurrió papí, por qué no lanzar el cádaver al fondo del mar. Así que fue y lo lanzó, pero el muy maldito can volvió flotando hasta la orilla del puente ocho. Era preciso sacarlo de la bolsa plástica para que no flotara, pero la niña se negó, pues al pobre animal le daría frío en su camino al más allá y mucho menos podía llegar mojado, pues San Pedro pensaría que habían sido malos dueños. Así que, volvimos a montar al animal en el auto, lo llevamos nuevamente al apartamento y descansa en paz, desde entonces, en el refrigerador de la casa. Así, cada vez que alguien extraña a Peluca, vamos y lo vemos en su última morada. Ya papí se está preparando para la muerte de la abuela que se encuentra muy enferma y ha puesto en Lay Away una nevera industrial con el propósito de convertirla en el mausoleo familiar. De algo estoy seguro y es que nacemos para morir, esa es la ley de la vida. Y las costumbres y tradiciones puertorriqueñas cambiarán mucho. En especial aquellas que tienen que ver con rituales mortuorios de seres queridos, y la escases de neveras será evidente cada día más. (2005).

La pequeña estrella

Al subir la mirada allí estaba élla alumbrandola, en medio del cielo, y la florecilla amarilla continuo creciendo para alcanzarla.

29 de diciembre de 2005