Por: Norman Joel de Jesús
El pueblo se había reunido en las distintas plazas públicas, tal como lo
había dicho Mafe. Ella alzó las manos al cielo y comenzó a hablar en un lenguaje
que nadie entendía. Se había hecho famosa un tiempo atrás cuando apareció
hablando alienígena en una de sus historias de Facebook. Desde entonces un
grupo de apendejados la seguía como si realmente fuera la escogida para llevarlos
a la salvación. Sin embargo, ella practicaba la misma pendejada de los pseudo apóstoles
cuando hablan en lenguas o igual que la bruja del barrio Ollas, allá en Santa
Isabel, que se comunicaba con los muertos en un portugués mal pronunciado,
porque todos los muertos hablan igual, como si estuvieran borrachos o drogados.
Mafe no era diferente. Seguía el mismo libreto que le gustaba a la gente. La
idea de saber algo que nadie más sabe, pero que ella tiene ese poder de
entender.
"Hagamos una conexión astral. Ustedes me aman. Yo los amo a todos.
Abran sus mentes y dejen que Trina entre a su mundo", decía justo antes de
comenzar a hablar alienígena y terminaba con un magistral, "ella es mágica”.
Y sí que lo era. Todos seguían a la señora sin preguntar, apendejados ante
ella.
Alzó las manos al cielo y pidió que todos hicieran lo mismo. Les explicó
que esa conexión astral traería la lluvia que tanto ansiaban. Que los
marcianitos estaban triste por el ser humano y que ellos traerían lo que tanto
anhelaban. Siguió con las manos hacia arriba, mientras que movía la boca, como
un muñeco de esos que les metes la mano por detrás, pero sin que saliera sonido
de su boca. Así permaneció hasta que la última persona se fue de allí sin que
nada pasara.
Se quedó petrificada al verlo pasar. Ikú se levantó erguido delante de
ella. Su cuerpo musculoso y su rostro esqueletal eran dignos de mirar, como
macho feroz de la naturaleza que busca su presa, la miró fijamente a los ojos.
Se podían contar los músculos marcados en su abdomen, su pinga venosa estaba al
descubierto y reposaba sobre sus dos pelotas perfectamente redondeadas y
peludas. Sus nalgas, también, eran exactas y su espalda de guerrero se anchaba
en los hombros y disminuía en la cintura. Sus piernas eran gruesas, como las de
caballos salvajes, de esas que parecen talladas sobre un tronco de ceiba o de
un pedazo de piedra de mármol fría. Su tez era azabache, ese negro profundo
brillante, del color de la muerte misma cuando te lleva en brazos y que todos
llaman la luz del túnel. Allí estaba él mirándola de manera fija a los ojos.
Ella lo confundió con una nube negra (estaba segura de que lo era). Él abrió su
boca y dejó caer una gota de su saliva fría que cayó lentamente, como gota de
lluvia, hasta su boca. Ella lloró de alegría pues había logrado verlos (a los alienígenas)
y ellos habían hecho llover sobre sí, hasta ahogarla en un suspiro. Él la
agarró de la mano y se la llevó al próximo universo.
Minutos antes él había visitado a Wanda Rolón, y antes a Vevé, y antes a Roberto González, y antes a Pedro Pierluisi. Al pueblo le queda un par de días más de puro infierno en medio de una noche de verano. ¡Bienaventurados, porque ellos, aquella tarde, no habían sido invitados a la cena del señor!
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